Paseando por los montes
de Cadavedo, se encuentra uno con una entrañable cabañita de madera, como
esas que se veían en las peliculas ambientadas en el delta del Misisipi,
donde un bluesman toca en solitario su armónica, mientras la brisa mece
suavemente la hierba.
Esta cabaña, exhibe en el exterior un cartel enmarcado que invita a
ser leido, y que más o menos viene a decir que el cansado caminante
queda autorizado por su dueño a recuperar el resuello y a sentarse en su
porche y en la hamaca amarilla, con la sola condición de que sea
respetuoso con el lugar y lo deje todo en el cuidado estado en que se lo
encontró a su llegada.
El cartel resume el generoso concepto que tiene de las cosas Luis, su
propietario, un ciudadano de Oviedo, que ama Cadavedo. Que ha imitado
sin proponerselo a esos escritores y poetas romanticos como Walt
Wihtman, David Thoreau, Bernard Shaw o Dylan Thomas, que también
construian cabañas y pasaban mucho tiempo en ellas a pesar de tener casas
bonitas y confortables, porque les agradaba disfrutar de un tiempo de
soledad para pensar , para leer, para cortar leña, o excabar una
fuente, actividades que les permitian extraer el goce natural de la vida,
y disfrutar intensamente de la naturaleza de la manera más sencilla
posible, sin apenas artilugios.
La cabaña de Luis, fué constriuida por su propietario hace varios
lustros, pero el tiempo no pasa por ella, o mejor dicho la sencillez de sus materiales la convierte en un rincón más interesante cada día.
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